Ética Amatoria del deseo Liberterio y las afectaciones libres y alegres

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Luddismo Sexual

lunes, 8 de agosto de 2011

King Ludd




Si la ciencia fuera puesta al servicio del capital,

la recalcitrante docilidad del trabajador estaría asegurada

Andrew Ure, Philosophie des Manufactures, 1835


Deberás encontrar lxs antepasadxs que te hagan más libre

Comite Invisible


En 1811, en Inglaterra, durante el mes de abril, 350 persona arremetieron contra un nuevo elemento del paisaje habitual: destruyeron y quemaron una fábrica de hilados de William Cartwright en Nottinghamshire. Esa misma noche, cuenta el filósofo anarquista Christian Ferrer en su libro Cabezas de Tormenta, otras setenta fábricas fueron destrozadas. Así nacía espontáneamente un movimiento horizontal, multitudinario, comunal, pro-tecnologías comunales pero anti-industrialización que se dio a conocer como Ludditas puesto que decían seguir las órdenes de un personaje imaginario apodado El capitán Ned Ludd. Una ficción literaria y popular agita una revuelta espontánea apasionadamente violenta y destructiva de la fabricación industrial. Ned Ludd nunca existió: se trataba de un fábula de un muchacho hilandero que rompió violentamente su telar porque no le salía el tejido. Nada más material que una ficción, las ficciones ayudan a sostenernos.

Quienes participaron en el movimiento formaban parte de la trama y el tejido de la comunidad misma, eran sus trabajadores y sus habitantes, en el corazón de la Inglaterra textil de comienzos de la revolución industrial cuando las fábricas se dejan ver dentro del escenario urbano como un proyecto de control social y subjetivación de lxs pobres.

En 1770 alguien imaginó un nuevo plan para convertir justamente a lxs pobres en gente productiva: La Casa del Terror, la llamó. Sus habitantes estarían obligadxs a trabajar 14 horas diarias y serían controladxs mediante dietas de hambre. Cualquier parecido con la realidad no debe ser leída en términos de pura coincidencia.


Luddismo: Aquellas sublevaciones sin líderes, sin centralización de poderes, espontáneas, con cambios de género para evitar la identificación (se cuentan historias de ludditas transvestidos y ludditas bio-mujeres encabezado revueltas) inventaba una logística de acción. Entre sus logros, además de la anticipación de la pasión por la destrucción, saquearon mercados, quemaron fábricas (en vez de tomarlas y “recuperarlas” y subjetivarse como obrerxs) y compusieron canciones y poemas.


Lxs ludditas hicieron correr el fuego de la insurrección como reguero de pólvora mediante el sabotaje, el pillaje, las rimas, el espionaje y la mentira a los poderes. Fueron ante todo una máquina de guerra, una modalidad de lucha contra el capital, un intento de destruir “la nueva sociedad”, es decir la sociedad moderna por fuera de la racionalidad dominante, de la cual se mantuvo ajena, que postula la “neutralidad” de las máquinas, o su demonización sin más. Significan ante todo un analizador, un agenciamiento, pero también una inspiración en el desierto, es decir, un concepto: centro de vibraciones que sin corresponderse con la realidad, permite que oigamos de ella en ella algo. Un canto que despierta a lxs anestesiadxs que da ánimos a quienes despertaron.

Usualmente mal comprendidxs o pesimamente analizadxs, el legado luddita oscila entre hordas simiescas que se oponen no sólo a la idea del nuevo Dios, el Progreso (científico), sino también como desclasadxs enfermxs de falsa consciencia que no comprenden la lucha de clases y confunden metalépticamente causa y efecto. Otras veces, cuando su lectura se vuelve propiciatoria de la ritualística romántica ácrata y new age libertaria, lxs ludditas se convierten en primitivistas rompe máquinas, justicieros contra la tecno-ciencia, como si acaso hubieran ellxs pensando en conceptos tales como naturaleza o alienación.


Resignificar esa historia, esa ficción luddita, no es una cuestión de nostalgia por una aurea aetas del artesanado, a pesar de que ciertamente el advenimiento del reino de la producción cuantitativa en masa ha sido fuente de calamidades al establecer la dictadura omni-presente de la necesidad y al Imperativo del Trabajo (dignificador). Este reino de la producción no debería ser entendido en términos de escasez/abundancia-estructura/superestructura cuando por encima de todo análisis de los salieris de David Ricardo se instituyen nuevos regímenes de colonización de los cuerpos a través del crudo principio de la utilidad.

Las agencias de minorías críticas ponen delante de nuestros ojos la dimensión ético-política lejos del sujeto de la izquierda cuyo cuerpo ideal es viril, trabajador, reproductivo. Pero también hostigador del romanticismo del anarquismo hasta ahora conocido, que en muchas regiones, ve a la tecno-ciencia como el nuevo monstruo a combatir irreflexivamente, un nuevo cuco que les otorga inteligibilidad como colectivo en su cotidianidad.

En este aire viciado de dicotomizaciones binarias, el legado luddita resuena hoy desviado hacia la destrucción de otras tecnologías de construcción de la subjetividad (obrera, como ya dijimos, pero romántica y humana -homo amans-): es decir ludditas destruyendo máquinas de captura dentro de la fábrica del Yo que la disciplina del AmoR conlleva.





Queen Ludd



La historia de la humanidad saldría beneficiada al rebautizarse como “historia de las tecnologías”

siendo el sexo y el género aparatos inscriptos

en un sistema tecnológico complejo

Beatriz Preciado, Manifiesto Contrasexual


Más cerca de este siglo y de nuestros propios regímenes de corporalidad, mucha gente inocentemente utiliza la metáfora “venimos así de fábrica” cuando quiere justificar un hecho biológico o afectivo, es decir somato-sexo-socio-político, como “natural”.


¿Dónde está la fábrica en la que esta gente trabaja?

¿Qué tipo de manofactura produce e intercambia?


A partir del siglo VXIII la mutación de los procesos de gobierno social implicó que el cuerpo esté en el centro de gestión de lo político. Una ficción histórica transitoria (soma) en relación a las formas de producción económica de gobierno de lo social inventa un alma sexualizada, una subjetividad que tiene la capacidad de decir en voz clara y alta “Yo” e internacionalizar un conjunto de procesos de normalizan que lo llevan a afirmar “soy homosexual” o “soy heterosexual”1. En el proceso de industrialización que sigue, entonces, a la revolución francesa la reproducción sexual se convierte en una de las maquinaria privilegiadas de lo social. El cuerpo social se organiza productivamente (reproductivamente): la familia (hetero-normal).

A mediados del siglo XX ha habido un quiebre que conllevó que toda sexualidad no reproductiva sea objeto de control, vigilancia y normalización. Así, el sexo es importante porque se convierte en uno de los enclaves estratégicos en las artes de gobernar. Pero eso que llamamos sexo no es nada estable, sino que refiere a un conjunto de constantes mutaciones históricas que afectan a la manera en la que las corporalidades son producidas y a la manera en la que los intercambios socio-afectivos de esas corporalidades son administrados.

En este contexto, el discurso clásico de las izquierdas y parte de un famélico e inaudible anarquismo de corte marxiano entiende que hay que tomar, como decíamos, la fábrica. Fábrica de azulejos, Zanón bajo control obrero, su máxima metáfora, desde allí toda la degradación clasemediera progresista. Es decir, reforma de un tipo de tecnología que disciplina nuestros modos de ser en el mundo: obrero, reproductora, enamorada. En cambio, bajo esta postura luddita, la fábrica donde se produce “la gente”, podría ser destruida, en pos de una manera otra de configurarnos comunalmente en manadas, jaurías o bandadas.

Hipertelia del cuerpo máquina: nuestras corporalidades pueden exceder la finalidad para la que fueron concebidos.

Primera petito principi: ya no más escenas platónicas -aquí no hay división entre cuerpo y mente, ni entre cuerpo y máquina.

Disciplinamiento fabril y control de calidad.


¿Cómo puede ser deseado el poder?

¿Cómo puede ser el poder deseado?

¿De quién son estos deseos?

¿Se puede desear el deseo del Estado?


No son estas preguntas de la indignación. Leemos a Judith Butler: el sometimiento del deseo engendra deseo de sometimiento.

¿Y si mi deseo (yo elijo, yo quiero, etc.) fuera también un traidor...?

Es decir, y siguiendo a la filósofa feminista en Mecanismos Psíquicos del Poder, el funcionamiento psíquico de la norma ofrece al Poder regulador un camino más insidioso (más efectivo) que la coerción explícita. Su éxito permite su funcionamiento tácito dentro de lo social. Justamente, aquellas biopoliticamente asignadas “mujer” estamos sometidas al apego del AmoR: el sometimiento es un poder asumido por el sujeto, una subordinación que el sujeto se provoca a si mismo, un interior eficiente cual empleado del mes, de cuya lógica productora es bien complejo deshacerse y fugar hacia el exterior de la manada.

Es importante glosar en este punto que el luddismo no niega lo que el cuerpo puede, lo que el cuerpo siente. Solo lo discute, lo cuestiona, lo arenga puesto que el proceso que, a escala molar, toma el aspecto del Estado moderno, a escala molecular, se llama sujeto somato-socio-sexual. Esta economía social anti-marxiana se comprende como un dominio ético de la producción de un cierto tipo de forma de vida: cada cuerpo, para llegar a estar sujeto en el seno del Estado moderno, debe pasar por el proceso de fabricación que le convertirá en tal: ser humano/ homo-amans. Cada cuerpo en Estado a nivel molecular, dotado de Yo, para tratar con otros cuerpos-yoes según contratos universales que nadie discute porque los dicta “el alma” y los impone el cuerpo.

Luddismo: Destruir las máquinas de la fabricación de los géneros y así generar una contraproductividad desde el placer-saber, desde el deseo como fuerza creadora y productiva, desde un placer que no re-organice la ontología de la función corporal sino que arengue una excitación permanente que nos haga salir de la cadena productora-reproductora (llámense hijxs, llámense prácticas, llámense relaciones, et cetera), siempre sabiendo que no hay sexualidades puras- ni contrasexualidades puras- pero que sí hay incomodidad y resistencia y fuga, en una geografía que no sólo no es menor sino que ya tampoco es innombrable, que no es natural ni meramente inconsciente o pre-consciente, sino un dispositivo por donde emerge el poder con gran potencia en sus estados más primariamente naturalizados. De allí la necesidad de una acción directa (una insurgencia, divergencia, contra hegemonía, subversión) sexual, sexualizando la totalidad de la superficie del cuerpo, fetichizándolo todo, y des- identificando los órganos reproductores con los órganos sexuales y la pareja como la zona privilegiada para el viejo concepto del anarquista Emile Armand, la camaradería amorosa -que también tiene que ser relexicalizado.




1“Imaginemos una civilización cuya gramática llevara en su centro una suerte de vicio, especialmente en el empleo del verbo más corriente de su vocabulario; un defecto tal que todo sería percibido no solo falsamente, sino en la mayor parte de los casos de una forma mórbida. Imaginemos qué ocurriría entonces con la común fisiología de sus usuarios, con las patologías mentales y relacionales, con la disminución vital a la que éstos se verían expuestos. Una tal civilización sería ciertamente inviable, y por allí por donde se extendiera no produciría más que desastre y desolación. Esta civilización es la occidental y el verbo es, simple y llanamente, el verbo ser. El verbo ser no ya en sus empleos de auxiliar o de existencia —esto es—, empleos que son relativamente inofensivos, sino en los empleos de atribución —esta rosa es roja— y de identidad —la rosa es una flor—, que permiten las más puras falsificaciones. En el enunciado « esta rosa es roja », por ejemplo, presto al sujeto « rosa » un predicado que no es el suyo, que es más bien un predicado de mi percepción: soy yo, que no soy daltónico, que soy « normal », quien percibe esta longitud de onda como « rojo ». Decir « percibo la rosa como rojo », ya sería menos capcioso. En cuanto al enunciado « la rosa es una flor » me permite borrarme de forma oportuna tras la operación de clasificación que yo hago. Convendría más bien decir: « clasifico esta rosa entre las flores » —que es la formulación común en las lenguas eslavas. A continuación, se hace bien evidente que los efectos del es de identidad tienen un alcance emocional muy distinto cuando permiten decir, de un hombre que tiene la piel blanca, «es un Blanco », de alguien que tiene dinero, « es un rico », o de una mujer que se comporta algo libremente, « es una puta ». Y esto no se dice en absoluto para denunciar la supuesta « violencia » de tales enunciados, preparando así el advenir de una nueva policía de la lengua, de una political correctness ampliada, que esperaría que cada frase llevara consigo su propia garantía de cientificidad. De lo que se trata es de saber qué se hace, que SE nos hace, cuando se habla; y de saberlo juntos.” Tiqqun en http://mesetas.net/?q=dispositivos-3


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